24 noviembre, 2015

Las 175 vidas de Orbea

Eran vástagos de Orbea, de los Orbea que trabajaron e hicieron nombre ya en la época de Carlos V. Como si de una premonición se tratara, aquellos Orbea ya eran emprendedores y de sus empresas se sabía en ultramar. Domingo, Martín,… también hubo un Juan, cuya pericia en arcabuces, le valió encargos grandes y suculentos.

El primer taller de Orbea se insertó en la maraña de pequeños negocios que crecieron por Eibar y alrededores. Asentados en el valle, crecieron por cientos, y algunos incluso se instalaron en la montaña. En esa trama fabril, el pequeño negocio de los cuatro hermanos, Casimiro, Juan Manuel, Mateo y Petra se hizo grande. Creció paulatinamente hasta dar forma a la primera empresa con el nombre Orbea en la puerta. Eso fue hacia 1860. Grande esbelto lucia el emblema “Orbea Hermanos”, el germen de todo, la semilla del presente.


Los pioneros eibarreses 

Y aquel taller siguió su camino, en medio de una competencia que no era ni poca ni pequeña. De uno de los contrafuertes de los contrafuertes de los Pirineos salían muchas armas pequeñas, largas, cortas y escopetas. Los Orbea trabajaron rápido en la importación de patentes, de referencias internacionales que les valiera ser dueños de su negocio, de su destino. A esos modelos les añadieron hechos singulares: procesos como el pulimento, saltos de agua para la energía de la fábrica,… pioneros de muchas cosas, entre otras, customizando el producto ya entonces mediante el damasquinado, hilos dorados insertados entre el acero dando con las formas que el titular del arma quería. Poniendo su nombre si lo requería, el dibujo que necesitaba, la imagen de su señora,… La artesanía en la sangre.

Sus armas se vendieron entre muchas policías y ejércitos de Europa y América. Recibieron encargos reales y militares. En el cambio de siglo vieron con inquietud las sombras que se cernían sobre el negocio armero. La segunda generación entró en la gestión precisamente en ese momento, atendieron el negocio con una ingente masa de empleados inaudita en la trama de pequeñas fábricas que les rodeaba. Orbea se consideró la primera fábrica de la historia en Eibar.

Acuñaron nuevos modelos y en el frenesí productivo que se avecinaba con el estallido de la Primera Guerra Mundial, participaron de la célebre Escuela Armera, de donde generaciones enteras confiaron su futuro a la armería. La Gran Guerra significó el despegue brusco y amargo aterrizaje, en muy poco tiempo. Se pasó de no dar abasto a fabricar a una ingente caída de demanda, acompañada de una regulación que complicó aún más las cosas. Ser armero no era negocio, no al menos en la medida de dar trabajo a tanta gente como en los años anteriores.

El trabajo bajó, mucho. Huelgas se sucedieron. Una de ellas, producida en el seno de Orbea, dio lugar a la cooperativa Alfa, célebre fabricante de máquinas de coser en Eibar. Fueron los felices veinte en muchos sitios, pero no en este rincón de Deba. Había que buscar otro producto, ¿qué fabricar? ¿qué hacer? y entonces el mundo vio como en el valle había un sitio que podía cambiar su modelo productivo en pocos años dejando atrás lo que siempre supo hacer mejor, las armas, por lo que habría de darles el pan, las bicicletas.

La bicicleta tuvo la salida

Y así entraron en la bicicleta, y no de cualquier manera, desde la más estricta mentalidad industrial, desde la gama alta. Orbea, como BH, como GAC, equipó a los mejores ciclistas del momento para hacer saber que en Eibar se había confiado en este elemento el futuro de las generaciones que vieron peligrar su trabajo. Orbea navegó por entre nombres de la prehistoria del ciclismo, desde los hermanos Montero a Federico Ezquerra y Mariano Cañardo, para hacerse un nombre.

Su catálogo creció, abrió el camino a nuevas máquinas, llegó a todos los hogares. En el ahogo de la España de los cuarenta, cincuenta y sesenta, tener una Orbea era signo de libertad, el premio de los estudiantes excelsos que se llevaban un sobresaliente al expediente. La bicicleta Orbea se hizo un hueco en la niñez de muchos, de sus talleres de Urkizu, la mano femenina siempre tuvo su importancia y los mejores adornos, las mejores trazas para disimular los racores, venían del arte y el tesón que siempre heredó la mujer eibarresa.

Pero los felices años llegaron a su fin, poco a poco la empresa se consumió hasta que, en un momento crítico, los trabajadores tomaron el nombre Orbea como propio y los sacaron adelante sobre lo que ya estaba en marcha. Nacía la cooperativa. Eran los años setenta. Paulatinamente, no si sustos y con el amparo y esfuerzo de familias que vivían por y para la nueva empresa, Orbea se hizo camino en un mercado complejo, donde era percibida como una marca pesada, vieja y anticuada. No fue sencillo pero nadie dijo que lo sería.

Los nombres de la victoria 

Pero los ochenta, en un clima social muy complicado, abrieron la puerta de la nueva Orbea. Con el único objetivo de modernizar la empresa, se sacó producción de la nueva planta de Mallabia. Paulatinamente la cooperativa remontaba y recuperaba el nombre y prestigio que acompañó a la marca en los años buenos. Se decidió crear un equipo ciclista para demostrar que aquello tenía futuro, para mostrar que Orbea era capaz de domar su suerte y crear máquinas que compitieran con las mejores del momento.

Y ficharon a Jokin Mujika, y a Peio Ruiz Cabestany, y a Pedro Delgado. Y con ellos llegaron éxitos de gran notoriedad, triunfos que marcaron una época, como la Vuelta a España de 1985. Todo el mundo se acuerda de lo que hacía ese día que Perico remontó una situación imposible en la sierra de Navacerrada para ganar una edición memorable. Fue el triunfo del segoviano, pero allí se anidaban muchas esperanzas, las de las personas que apostaron su tiempo y dinero a una marca que iba camino de los 150 años. Y Perico ganó nuevamente en el Tour, protagonizando la temporada redonda para la cooperativa, que demostraba que además de bicicletas de paseo y ocio era capaz de sacar modelos competitivos fiables y ganadores.

La remozada Orbea asentaba su futuro y nuevos ciclistas llevaron alto su nombre, como Peio cuando ganó su etapa en el Tour o como Marino Lejarreta, cuando su constancia emergió para poner la bicicleta en boca de todos los doce meses del año. Sobre una Orbea el más prolífico corredor de grandes vueltas hizo su primer triplete en un año: Vuelta, Giro y Tour sin descanso, sin abandonar.

Mientras, en el mercado, irrumpía la BTT, la nueva bicicleta de montaña. Se abría un nuevo reto, otro desafío, que se solventó con una entrada masiva en unidades. Promociones salvajes, ventas en grandes superficies, regalos al abrir una libreta en tu banco… todo aquello fue una locura productiva que se acompañó de una larga y pesada digestión. La generación de stock y el dictado de los proveedores fueron los escollos que dieron paso a la época moderna.


El cambio que marcó el futuro

Cansados de los vaivenes del mercado, de las subidas irracionales de producción acompañadas de vertiginosas caídas, los gestores de la cooperativa cayeron en la cuenta de apostar por la calidad, la calidad de verdad, el producto propio, dirigido desde Mallabia, desde la entraña de Euskadi, y ajeno a los vericuetos propios del negocio de la bicicleta. En la casa le llamaron “gama alta”.

Orbea se asoció a la Fundación Euskadi, contribuyendo a sacar adelante el talento euskaldun, y con ellos trabajaron en un entorno nuevo para todos, la introducción del carbono, el nuevo elemento que rompía moldes, nunca mejor dicho, pero permitía crear a medida e innovar en las formas. El carbono en Orbea tuvo un nombre “Orca” y su irrupción estuvo muy vinculada a la explosión del Euskaltel en el Tour, los triunfos de Iban Mayo, que dieron continuidad a los de Roberto Laiseka, los podios de Haimar Zubeldia, las batallas contra los mejores ciclistas del momento, en los mejores foros, en el Tourmalet, en Alpe d´ Huez.

En los años anteriores Orbea trabajó en crear lo necesario para capitalizar esos éxitos y cuando llegaron todo estaba preparado para sacar el máximo partido. Orbea abría mercados y las factorías china y portuguesa, al calor de los éxitos que llegaban de embajadores como Samuel Sánchez, el ciclista que una mañana de agosto despertó a un país para decirle que había sido campeón olímpico en la sombra de la gran muralla pequinesa.

Pero el círculo debía cerrarse y en BTT, la apuesta de Orbea pasó por diferentes fases. Desde los primeros equipos, casi familiares, de Ixio Barandiaran, Jokin Mujika y Roberto Lezaun, entre otros, se creció poco a poco hasta llegar a incorporar al mejor biker de la historia, al francés Julien Absalon, quien pasó en Orbea los años de madurez dando Campeonatos del Mundo y otro oro olímpico, pocos días después del de Samuel, en Pequín. La mano femenina, siempre tan presente en la marca, también firmó éxitos deportivos, los de Catherine Prendel al frente del singular proyecto del Luna Team. Con Orbea Catherine fue dos veces campeona del mundo, igual que Craig Alexander cuando cruzó primero la meta del Ironman hawaiano.

Y para que rueda no pare Orbea busca nuevas metas, incluso cruzadas ya unas cuantas. Su asociación con Cofidis vuelve a abrirle el máximo nivel, sacando provecho no sólo de los éxitos sino que también del día a día, del trabajo en común y de las sugerencias de corredores poco frecuentes en la historia de la marca, velocistas como Nacer Bouhanni que pone todos los wattios del mundo en el más pequeño espacio de tiempo. El futuro viene por eso veloz, con cambios estructurales, con la bicicleta formando parte de la vida de las personas, más allá den rendimiento o del ocio. La bicicleta se integra en la cotidianidad, como hace cien años, la rueda no para y Orbea quiere estar en ese viaje.