11 diciembre, 2020

Difícil para el cuerpo, bueno para el alma

«Lo que es difícil para el cuerpo es bueno para el alma.«

Texto: Douglas McDonald

Ha sido un año difícil en todo el mundo. En España estuvimos confinados en nuestras casas durante mucho tiempo, sin posibilidad de coger la bici y con mucho tiempo para pensar. Si de algo estoy seguro es de que todos mis amigos que practican el mountain bike sintieron la llamada de las cumbres. Seguro que todos pensábamos en lo mismo: en nuestras montañas; pero su ausencia hizo que pensáramos de una forma un poco diferente. Ver las montañas desde nuestras casas nos hizo más conscientes del entorno y de cómo interactuamos con él. A mí, personalmente, me vino un gran deseo de disfrutar de la conexión que mi bici me proporciona con los senderos y las montañas; no de atravesar paisajes a toda velocidad, sino de aprovechar las experiencias y dejar que calen en mi alma. Quería sentir una cierta intimidad con el entorno. Deseaba arrancarme las cadenas del confinamiento y respirar aire fresco y limpio, dormir bajo las estrellas, evitar las ciudades y pasar la noche en hoteles o en furgonetas. Quería sufrir un poco. Lo que es difícil para el cuerpo es bueno para el alma.

Vídeo: Martín Campoy

También quería fijarme una meta clara, algo que me mantuviera animado durante el confinamiento nacional. Quería tener una razón para poder aguantar el aburrimiento absoluto de tener que mantenerme en forma mientras estábamos confinados en casa. Algo que me motivara a pasarme horas en los rodillos o practicando saltos en la bici por el garaje. Llevo con una ruta en mente desde hace un tiempo. Quería enlazar tres de nuestras áreas favoritas para montar en bici en los Pirineos y, de paso, rodear el Aneto, la montaña más alta de la cordillera. En el camino hay algunos lugares de acampada que están genial y quería que nuestros amigos de Trekking Mule nos ayudaran a abastecer una serie de campamentos de alta montaña. (Quería sufrir, pero esto es España y si puedo asegurarme una comida caliente y una copa de vino durante el camino, ¡no las voy a rechazar!).

Hablé con Orbea sobre la posibilidad de que nos ayudara a filmar el viaje e inmediatamente aceptaron enviarnos un camarógrafo y un fotógrafo. De esta manera comencé a formar un equipo y a contactar con viejos amigos de todo el país. Invitar a Kike Abelleira era algo evidente. Es un fotógrafo fantástico al que también se le da muy bien la bici y, además, es un chaval que transmite mucha calma. El rodaje lo llevó a cabo Martín Campoy, uno de los ciclistas más rápidos de los Pirineos, virtuoso del ukelele y también un camarógrafo increíble. El siguiente fue Quiri, otro embajador de Orbea con un canal de Youtube espectacular. Quiri también es conocido por haber sido miembro de un grupo punk en los 80 y ahora viaja por el mundo cantando y tocando la batería. La siguiente persona también fue obvia: esta aventura no habría sido lo mismo sin Paul Humbert, de la revista Vojo. Paul vino con nosotros en la primera aventura que emprendimos con Orbea por los Pirineos y necesitábamos volver a tenerle a bordo. Y, por último, estábamos Borja y yo (Doug), de BasqueMTB, que nos hicimos cargo de la organización del viaje. 

Todas las aventuras necesitan un nombre y a esta la voy a llamar “El Tour del Aneto”. Planeé una aventura de 3 noches y enlacé el valle del Cinca con el valle de Benasque y, después, con el valle de Arán antes de retornar a Benasque a través de algunas de las sendas de ciclismo más altas de los Pirineos. Es una ruta atrevida, pero las recompensas son increíbles: algunos de los mejores senderos de los Pirineos y una serie de impresionantes lugares de acampada en la montaña. 

El grupo se reunió en Aínsa, que suele ser el punto de inicio de cualquier aventura en los Pirineos. Había un ánimo excelente, nos saludamos dándonos codo con codo para respetar las medidas de distancia social y compramos piezas de repuesto de última hora en las tiendas de ciclismo del pueblo. Desde ahí, condujimos rumbo norte hacia el precioso pueblo de montaña de Sarevillo, donde dejamos aparcada nuestra furgoneta. Nuestro objetivo esa noche era llegar al ibón de Plan, donde nos reuniríamos con nuestro equipo de carga, que ya tendría el campamento dispuesto y preparado para nosotros. Los compañeros de Trekking Mule son buenos amigos y hemos contado con ellos para nuestros viajes desde hace ya tiempo, desde que organizamos uno de sus primeros campamentos para ciclistas hace unos años. Fue genial ver a Alberto y a Álvaro con sus mulas en lo más alto de la senda. Son chavales a los que no me imagino en otro lugar que no sea la cumbre abierta de una montaña, que acampan más veces de las que duermen en casa y que viven con sus mulas al aire libre.

Son moradores de las montañas, buena gente que huele a mula y tiene arrugas en la cara por el sol y por no dejar de sonreír. Cuando llegamos, ya habían preparado algunas tiendas y la comida estaba en el fogón. Nos sentamos juntos alrededor de la mesa y sentimos cómo el aire fresco y el espacio abierto nos animaban. Poco a poco, el sol se puso y comenzaron a hacerse visibles las estrellas. Rellenamos los vasos de vino y, cuando se nos acabó, sacamos el whisky. Tocamos el ukelele y cantamos hasta bien entrada la noche. Finalmente, todo el mundo se recogió en sus tiendas, pero yo opté por dormir bajo el cielo abierto y ver cómo las estrellas orbitaban alrededor de las cumbres de las montañas, hasta que me quedé profundamente dormido. 

Los siguientes días fueron increíbles y, aunque fueron difíciles para el cuerpo, también fueron buenos para el alma. Los días seguían un patrón: comenzábamos con un desayuno temprano en el campamento: café, tostadas y más café, acompañados de las increíbles vistas a lo largo de las altas cumbres. Bebíamos café hasta que el sol comenzara a templar un poco el aire de las montañas y, desde ahí, cargábamos con la bici a cuestas hasta llegar al paso de alta montaña que nos tocara ese día, desde donde realizábamos descensos largos, técnicos e increíbles. Cada descenso nos llevaba de un valle al siguiente, siempre con el Aneto a nuestra derecha y rodeándolo lentamente como si fuéramos las manecillas de un reloj. Cuando llegábamos a cada valle, pedaleábamos un poco más hasta que tuviéramos que dirigirnos hacia el siguiente campamento, con un pequeño trayecto en furgoneta y un poco de escalada con la bici. Cada noche, cuando llegábamos al campamento, nos encontrábamos con las tiendas montadas, la comida en el fuego y una botella de vino lista para que la disfrutáramos. Nos pasamos las tardes viendo las puestas de sol, disfrutado de comidas deliciosas, bebiendo un whisky aún mejor y cantando al ritmo del infinito repertorio para ukelele de Martín mientras las estrellas comenzaban a aparecer. Cuando llegaba la hora, había que elegir entre dormir dentro o fuera de la tienda. 

En cada valle nos encontramos con viejos amigos y compañeros de trabajo, como Chris de Pyrénées Connexion o Mark y David de Aran Bike Parks. Esta gente ha ayudado a darle vida a cada valle y, durante el proceso, el valle también les ha dado vida a ellos. Estuvimos encantados de reencontrarnos con estos viejos amigos y pasar algunos momentos de nuestra aventura con ellos. En cada valle, la ruta por la que pedaleamos tiene su propio carácter, formado durante milenios de geología y también por la personalidad de estos trabajadores locales. Uno de los días disfrutamos de una de las sendas más intricadas que se pueda uno imaginar: tuvimos que descender haciendo uso de todos los trucos y técnicas que supiéramos para que la bici sorteara las rocas y girara en curvas casi imposibles. Para compensar, en el siguiente sendero nos pasamos lo que parecieron horas en un sinuoso camino de barro muy fluido y con curvas aplanadas por la fuerza de la naturaleza. Así es el ciclismo en los Pirineos: una auténtica montaña rusa que te obliga a ser sincero contigo mismo. Necesitas ser un ciclista experimentado y tener una bici que pueda adaptarse a cualquier estilo: desde rápido y fluido hasta abrupto y técnico. Recorrimos diversos tipos de sendas: algunas aptas para el ciclismo, pero también numerosos pasos de alta montaña, que son territorio de montañeros, y muy pocas bicis se aventuran a recorrerlos. Todas las personas que nos cruzamos a lo largo de la travesía mostraron curiosidad por nuestras bicis y nos hicieron muchas preguntas sobre nuestro viaje. Es importante compartir estos lugares especiales y mostrar un respeto mutuo entre los senderistas y los ciclistas de montaña para que ambas partes podamos disfrutar de estos lugares durante mucho tiempo. 

Tras casi 4 días pedaleando, nuestra aventura tocó a su fin. Fue breve pero intensa. Terminamos con un descenso de 2000 m hasta el valle de Benasque. Más específicamente, hasta el pueblo de Benasque. Aún más concretamente, la senda terminaba en el bar del Hotel San Antón, donde pedimos unas cervezas, nos las bebimos y repetimos este proceso rápidamente. Hubo palmadas en las espaldas y choques codo con codo. Nuestro Tour del Aneto había terminado y había sido exactamente lo que necesitábamos. Estar al aire libre fue increíble, poder reconectar con nuestro entorno, con nuestros amigos y, de esta manera, quitarnos un peso de encima. Como dijimos antes: difícil para el cuerpo pero bueno para el alma. 

No podía escribir este artículo sin mencionar la pandemia en la que nos vemos envueltos. Fue, en parte, uno de los factores que dio forma a esta aventura. Sin embargo, durante nuestro viaje, nos encontramos en una situación en constante cambio en la que, cada vez que llegábamos al siguiente pueblo, a menudo nos encontrábamos con nuevas normas. Intentamos ser lo más respetuosos posible con las personas que vivían en estos pequeños pueblos por los que pasamos. Por ello, cada vez que llegábamos a uno, nos poníamos las mascarillas e intentábamos mantener las distancias. Veréis en el vídeo que no todo el mundo llevaba mascarilla, pero eso cambia a medida que avanza porque las consignas cambiaron durante el viaje. Todos tuvimos tiendas individuales o dormimos bajo las estrellas. En las furgonetas, llevábamos todos mascarillas y los abrazos que solíamos darnos entre amigos los reemplazamos por choques de codos. Las 6 personas que realizamos este viaje pasamos las semanas previas a la grabación del vídeo en aislamiento y decidimos usar mascarillas cuando estuviéramos en espacios cerrados, pero en las montañas eso no fue posible. Cada día nos controlábamos la temperatura y utilizábamos gel hidroalcohólico cada vez que nos quitábamos los guantes. Nos sentimos muy seguros y, como siempre, muy bien acogidos por la gente de los pueblos por los que pasamos. Tras la grabación, ninguna de las personas que aparecemos en el vídeo ni de las personas con las que tuvimos contacto presentó síntomas de Covid. Este no es el espacio para ponerse político, pero, por favor, cuidaos, intentad protegeros a vosotros y a los que os rodean y seguid las mejores indicaciones. Esperemos que podamos vencer a este virus para volver a pedalear en las montañas y explorarlas sin preocupaciones.