17 noviembre, 2015

El Gran Estilo

Las relaciones que manteníamos con muchas cosas ha cambiado; la familia, la identidad, los amigos, el tiempo libre, el hogar… son términos cuyo significado era evidente hace algunos años pero muy discutible hoy en día.

Lo que antes era contradictorio, ahora tiende a verse dentro de la normalidad; hacemos dieta healthy mientras fumamos, bailamos Regueton mientras vestimos camisetas de los Rolling Stones y aunque declaramos que practicamos deporte como un acto de introversión, salimos a hacer deporte con nuestro smartphone para exhibir en Instagram y en Strava nuestra actividad deportiva. No se libra nadie. Criticar la pose también es una pose en sí misma.

Puede parecer un poco fuera de lugar comenzar así un artículo en un blog, pero nuestra pasión y oficio no está al margen de la realidad socio-cultural en la que vivimos.

El deporte es un claro reflejo de lo anteriormente descrito. La pureza es cada vez menor y su pérdida más aceptada; la mestización de las modalidades deportivas, de las culturas… nos divierten y nos atraen. Cada vez somos más “neo-deportistas”; practicamos diferentes deportes en las diferentes fases de nuestra vida. O incluso a la vez. La práctica deportiva se ha vuelto mucho más intermitente e híbrida.  La realidad se corresponde menos a los estereotipos ciclistas que manejábamos hace unos años: son muy pocos aquellos que se agarran a la bicicleta en escuela de ciclismo y mantienen su práctica de forma pura.

Sería un error negar que el ciclismo de competición todavía es un escaparate aspiracional, pero cada vez son más los que aún mirando a este escaparate, disfrutan de la práctica ciclista sin querer llegar al límite en una subida de un puerto mítico o una bajada por un sendero enraizado. Pero dicha realidad convive paradójicamente con el boom del deporte extremo y con la realidad de que hay un innumerable número de personas que trabajando más de 8h al día y teniendo familia, se presentan al reto del Ironman. El fenómeno Superman que lo llaman.

Lo que está claro es que nuestro deporte cada vez es más permeable a las tendencias de estilo y va teniendo cada vez más significados para los usuarios. Las mañanas de los domingos son las nuevas noches del sábado, la moda impregna las carreteras. El ciclismo no se alimenta del ciclismo; sino que es permeable a todas las tendencias y estilos de vida que le rodean.

¿Bueno o malo? Entrar a valorarlo es un debate absurdo, ya que es símplemente un hecho. Es más inteligente centrar nuestras fuerzas en pensar el papel que podemos –o debemos- adoptar las marcas ante esa nueva realidad.

Por ello, no negaremos que las marcas tenemos un componente y fin de diferenciación y negocio, pero la lectura del momento actual debería de consistir en que se nos está dando una oportunidad para ser un actor social y cultural. El papel que antes cumplían las religiones. Hoy en día es más común ir a un evento deportivo un domingo por la mañana que acudir a misa. Con la responsabilidad que ello supone, tenemos mucho que decir y hacer en las nuevas formas que tenemos las personas de construir su propia identidad y relacionarse.

Si el reto consiste en integrarse en el día a día de las personas, el intrusismo de los anuncios y spots deberían de dar paso a un periodismo de marca o a una producción de contenidos de la misma. Quizás, si queremos generar cultura ciclista, ya no tenemos que pensar tanto en Spots Publicitarios como en Cortos Cinematográficos; en anuncios como en artículos y reportajes. Tenemos la obligación de ofrecer algo más a nuestro público que una mera intención de venta.

Por otra parte, la relación con los embajadores y atletas nos encontramos en un nuevo escenario. Si queremos poner nuestro deporte a las altura de los demás, tenemos que comprender que la única labor del ciclista ya no es sólo la de pedalear. “Ser el mejor” atleta o embajador para una marca ya no significa sólo ganar carreras. Es clave estar abierto a la generación de contenidos o colaborar en el desarrollo de nuevos productos, además de actuar como un canal más gracias a los nuevos medios de comunicación digitales. De hecho, su éxito profesional y futuro pasará por desarrollar su marca personal y saber evolucionar tanto a lo largo como a lo ancho durante su carrera deportiva.

Pero en el contexto anteriormente descrito, si tuviéramos que destacar un hito para las marcas, ese sería el de la autenticidad.

Una marca no puede nacer del vacío, tiene que existir un poso, una semilla, una coherencia con lo que hay dentro de la organización. Evidentemente, las tendencias exigen que las marcas sean flexibles y se adapten al entorno, pero  tenemos la obligación de apostar por convencer al usuario más allá de la mera seducción cortoplacista basada en la estética y el precio. Sólo así podremos aspirar a ser una marca que genera estilos de vida, significar algo en la vida tanto de nuestros usuarios como trabajadores.

Cuando la madera es buena, no necesita barniz para destacar. Una marca no es genial ni emociona por la técnica, sino por la pasión. El estilo reside en el fondo y no en la forma. Tener una extraordinaria guía de estilo y aplicarla al milímetro no hará más que tratar de disimular un fondo de armario vacío o lleno de cosas que escondemos. Sólo tener un gran fondo nos permitirá hibridar y caminar por diferentes estilos, adquirir esa elasticidad para adaptarnos a estos tiempos tan movedizos.

A veces, en esta efervescencia contínua, es tentativo caer en el oportunismo y perder el hilo conductor de nuestra identidad; ser el mejor, el más, el más… confundimos la grandeza con ser grande cuando en realidad, quizás, podríamos asumir que sin aspirar a cambiar el mundo, podemos cambiar mundos individuales.

Nietzche afirmaba que “El gran estilo nace cuando lo bello obtiene la victoria sobre lo enorme”. Pues eso. Persigámoslo.