UNA AVENTURA POR EL JARDÍN DE CASA
Siempre que se presenta la oportunidad de montar en bici, me resulta muy, pero que muy difícil decir que no. Además, si esa oportunidad va acompañada de palabras como «aventura«, «exploración«, «naturaleza» y «amigos» (incluso sin saber siquiera de qué va el plan) mi respuesta es por supuesto un grande y rotundo «sí«. La gente del club Sportful Squadra Avventura se había puesto en contacto conmigo para invitarme a una expedición de exploración por el desierto y, en el mismo momento en que empezamos a barajar posibles rutas y comentar el plan de nuestra salida, mi emoción comenzó a dispararse.
Aunque en mi condición de «carretero» había pasado buena parte de mi tiempo recorriendo las lisas carreteras de Arizona, ahora me disponía a lanzarme a una aventura por sus pistas, y lo cierto que me moría por ampliar mis límites y ver qué podía depararme el desierto sobre la bici.
SOL CANADIENSE
Paso mis inviernos en Arizona con la intención de escapar de los fríos inviernos (canadienses) y sus largos y aburridos entrenamientos sobre el rodillo y aprovechar las benignas condiciones que el desierto ofrece al ciclista. Arizona es famosa por su clima desértico, su calor seco y sus cielos despejados. Pues bien, aquel día fue una de las raras ocasiones en las que Arizona nos demostró en que, cuando quiere, es también capaz de hacer gala de un tiempo digno de la mismísima Canadá.
En días húmedos (y fríos) como aquel, aprovecho para recordarme lo buena que es la lluvia (el desierto ya la estaba necesitando y mucho…) y acepto las temperaturas tal y como vienen. Independientemente de lo que la Madre Naturaleza nos tuviese reservado, nos disponíamos a pasar el día montando en bici, y aquello bastaba para dibujar una sonrisa en nuestros rostros (quizá no aún en el caso de Remi, como puede verse en la siguiente fotografía).
LA LLUVIA DEL DESIERTO MOJA IGUAL
Partimos en medio de un enorme chaparrón y, tras rodar apenas 60 segundos, ya estábamos completamente empapados. Las bromas y las risas no se hicieron esperar en cuanto Sally y YO escuchamos a Remi hablar (o más bien ironizar) sobre el clima «seco» de Arizona en busca del cual se había venido desde Idaho. La jornada ya estaba dando sus primeros signos de aventura y, lo que es aún más importante, iba a estar repleta de buen rollo y risas (¡mi complemento favorito!).
DESTINO: KILÓMETROS DE TIERRA
En el descenso hasta el Bosque Nacional de Tonto me topo con paisajes familiares. Paso por estas sinuosas carreteras (asfaltadas) casi a diario, y algunas de ellas se encuentran entre mis tramos favoritos. Cuando llego hasta la señal que dice el «Fin de la carretera», interpreto automáticamente el mensaje como «¡Media vuelta!». Por eso aquel día, cuando nos aproximábamos a la Presa de Horsehoe, se me escapaba la risa de la enorme expectación de por fin llegar a superar este punto y ver hasta dónde conducía aquella pista.
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LA HORA DE LOS TACOS
Aunque he hecho mis pinitos con bicis de MTB y gravel, la mayoría de mis entrenamientos los realizo con bicis de carretera sobre pavimentos asfaltados. Es por ello que, en cuanto pisamos la tierra (o, mejor dicho, el barro), recordé inmediatamente por qué me gusta tanto ir sobre dos ruedas: ¡porque es el sinónimo perfecto de DIVERSIÓN! Dejar que tu bici haga aquello para lo que ha sido diseñada –es decir, moverse libremente por cualquier terreno y dar el máximo de sí– es parte de la esencia de este deporte. Si había una cosa que sabía a ciencia cierta sobre estas bicis gravel es que se prestan a hacer locuras, y también estaba convencido de que nosotros no dudaríamos en entrar al trapo y pasarlo en grande.
«MORENO DE CHEETOS»
Antes de llegar a la presa, nos detuvimos para quitarnos las capas mojadas y comer algo. Mientras devorábamos sándwiches de manteca de cacahuete y mermelada, nos dimos cuenta de que la pálida piel idahonesa de Remi parecía comenzar a broncearse con un tono anaranjado del polvillo de los Cheetos que volcaba sobre su boca. Entretanto, Sally y yo compartíamos conocimientos acerca del desierto de Sonora, y no pudimos evitar exagerar todas y cada una de las amenazas que habitaban en él. Hablamos, entre otras cosas, de las «chollas saltarinas», un cactus que, según aquella conversación, podía saltar metros de su tallo para clavarte sus espinas en la pierna.
Conforme hablábamos, las «chollas saltarinas» se convirtieron en lo que denominamos «chollas sprinter», una variedad de dicho cactus capaz de atacarte partiendo desde muchos kilómetros de distancia. *Nota al margen: lo de que las chollas «saltan» es solo un mito. Además, si cualquiera que esté leyendo esto tiene la oportunidad de salir en bici con Sally (lo cual sin duda recomiendo), tiene que tener en cuenta que 1 «km de Sally» equivale a 10 km reales. Por tanto, cualquier salida con ella será SIEMPRE más larga de lo que ella te haya dicho que sería.
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DESIERTO SALVAJE
Mientras jugueteábamos en los charcos y descendíamos por pistas de grava bacheadas, me di cuenta de lo compulsiva que es mi atracción hacia parajes como este. Sumergirme en la naturaleza me aporta una felicidad que ningún otro espacio es capaz de darme. Además, la bicicleta ha convertido en una herramienta fundamental que me permite zambullirme más, si cabe, en este estado de plenitud. Cuando mi alma se llena de felicidad, magnifica la ya de por sí enorme belleza de aquello que me rodea.
Las nubes comenzaban a disiparse y empezamos a vislumbrarse las cordilleras del desierto de Sonora. La belleza pura y agreste de estas montañas estaba sin duda amplificada por aquellas luces. El sol comenzaba a alcanzar su punto álgido, y podía ver cómo sus rayos resplandecían sobre las espinas de los cactus. Cuando la luz choca contra estas plantas, sus afiladas púas irradian colores amarillos verdosos que parecen imprimirles un tacto aterciopelado (por el que, por supuesto, no debes dejarte engañar…).
EL SABOR DE LA SOLEDAD
Una de las mejores son sensaciones de rodar por pistas de tierra es la paz y tranquilidad que transmiten sus alrededores, y transitar por ellas me permitió saborear al máximo el momento sin tener preocuparme por el tráfico u otros obstáculos urbanos. Solo respiraba profundamente y me maravillaba de lo increíble de la experiencia. Estos son los instantes en los que uno debe detenerse, y aquel día estuve seguro de estar degustándolos como realmente merecen.
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SORPRESA EN LA PRESA
Al llegar a la presa, lo que nos encontramos no era ni mucho menos lo que esperábamos. Las compuertas estaban cerradas, y en lugar de la típica catarata desbordante, lo único que se veía era hormigón y más hormigón. Había visto muchas fotografías de ciclistas pasando por el túnel bajo el agua, y la verdad es que me habría encantado inmortalizarme allí como ellos.
UN PARQUE DE ATRACCIONES DE HORMIGÓN
Pese a la desagradable sorpresa, conseguimos darle la vuelta a la situación. Nos acercamos al caballero encargado de la presa para preguntarle si podíamos pasar con nuestra crisis por la sección superior (por la que normalmente baja el agua), con tan buena suerte que nos dijo que sí. Inmediatamente, toda aquella mole de hormigón se convirtió en nuestro parque de atracciones particular, y nos dedicamos a dar vueltas como payasos de circo con una sonrisa de oreja a oreja de lo bien que lo estábamos pasando.
ÚLTIMA SUBIDA, ÚLTIMAS REFLEXIONES
Cuando comenzábamos a afrontar la última (y no por ello corta…) subida de la jornada, recordé al instante lo diferente que es ascender por tierra de ascender por asfalto. Al sentir la grava suelta bajo las ruedas, permanecí pegado al sillín para mantener la tracción y mantuve la vista centrada en seguir el trazado menos accidentado. Tras conseguir afianzar una cadencia constante, mis piernas se acompasaron en un pedaleo rítmico y uniforme. Pese a haber pasado la mayoría de la salida conversando y riendo, ahora nos sorprendíamos sumidos en el más absoluto silencio, cada uno tirando de su bicicleta a su propio ritmo. Entonces sentí como todo el entrenamiento acumulado en mis piernas daba sus frutos, y aproveché para darme las gracias por cuidar tan bien de mi cuerpo. Es precisamente mi estado de salud y forma general el que me permite disfrutar de salidas como esta, y es en estos momentos cuando el tópico de que «la salud es lo primero» cobra verdadero sentido.
Era plenamente consciente de la sensación de realización que me inundaba, que según creo es una parte fundamental de mi bienestar general. Habíamos partido en busca de aventura y esto era exactamente lo que habíamos encontrado. Aceptamos el día que nos vino dado, con su lluvia y sus cielos nublados, y lo convertimos en una jornada repleta de luz radiante y pura felicidad. Si bien es cierto que la bici puede dejarte agotado y exhausto, también tiene la enigmática intrigante capacidad de recuperarte y rejuvenecerte. Por eso, cuando vuelvo a casa tras una salida con la sensación de encontrarme entre estos dos extremos, tengo la certeza de haber hecho lo correcto, y esta fue una de esas veces. Mi corazón rebosaba gratitud por haber pasado un día excelente con amigos explorando nuevos lugares, sondeando mis límites físicos y mentales, y empapándome de la belleza inconmensurable de las pistas de Arizona.
Al mirarme al espejo a la vuelta, vi mi cara cubierta de tierra. Lo que más me sorprendió de todo fue que, al secarse, esta se había acumulado en mis líneas de expresión, concretamente las de la risa. Una sonrisa permanente había lucido en mi cara durante todo el día, y estos restos del desierto de Arizona daban fe de ello. Pronto, aquella «mascarilla de barro» comenzó a resquebrajarse cuando mi sonrisa se hizo aún más grande al caer en la cuenta de que, aunque ya no habría más bici aquel día, aún tendríamos mucha más al siguiente.
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