19 agosto, 2016

Seeking Adventure: The Lost Coast (California)

Así es como una amable anciana nos describía el terreno de The Lost Coast cuando nuestro aeroplano se acercaba al pequeño pero acogedor aeródromo de Eureka, en California. Desde entonces, el término duro se ha ido utilizando para describir y definir no sólo esta excursión y este terreno, sino también este equipo. El proyecto era simple: reunir el comando por primera vez y recorrer La Costa Perdida de California.

Uno más eres de los desdichados

que ven todos sus planes anulados:

de ratones y hombres quedan truncados,

los proyectos mejores,

¡y en vez de los éxitos anhelados,

nos quedan sinsabores!

Fragmento del poema de 1785 “A un ratón”, de Robert Burns.

Es cierto: pon 5 tíos —bueno, más bien 4 y 1 vegano— sin mapas ni teléfono móvil en una furgoneta alquilada con 3 bicis, 15 cámaras y 10 kilos de carne, y sabrás que estás a punto de meterte en una maldita Aventura Dura.

Día 1

La escalada comenzó de inmediato, y en cuestión de minutos ya habíamos perdido a un ciclista, al mismo tiempo que ganábamos un rudo fotógrafo para el equipo base. El ascenso del Camino de Mattole—que nos sacaba de Ferndale en dirección a Petrolia—fue caluroso, húmedo y escarpado. El día ya era desolador, y eso que apenas llevábamos pedaleando 25 minutos. Por encima de la cresta de la cumbre disfrutaríamos de nuestro último sorbo de cálidos rayos de sol durante lo que acabaron siendo varios días. Las siguientes horas las pasamos serpenteando a través de la niebla, “derechos arriba” y abajo por el camino de Mattole: parecía un sueño, como ir en bici por un cuento de hadas. Entrando y saliendo de las nubes, topándonos a cada paso con oleadas de flores silvestres llenas de color y plantas comestibles; hasta nosotros llegaba el olor a hinojo silvestre, procedente de los campos.

Día 2

El entorno del recorrido de aquella jornada era casi místico, con árboles cubiertos de musgo y oscuras laderas tapizadas por un manto de helechos. Subir y bajar por la pedregosa senda de Briceland Thorn era como cruzar serpenteando una selva tropical envuelta en nubes. Menos mal que sí que vimos El Planeta de los Simios antes de esta excursión.

El día y la vivencia solo podían ir a mejor… cuando descendíamos hacia los acantilados sobre el mar, el sendero se abría y nos obsequiaba con unas vistas asombrosamente bellas del océano, y con una pradera tomada por una manada de alces… ¡observados por las águilas! ¡En serio! Atravesar montando en fila india por entre los alces, con la vista panorámica del risco de Needle, en el parque estatal de Sinkyone Wilderness, es algo que siempre recordaremos como un momento estelar no sólo de esta aventura, sino de nuestra vida sobre dos ruedas. La confiada majestuosidad de estos hermosos animales quedó patente cuando se quedaron mirando en nuestra dirección, con total serenidad.

Cuando el equipo pudo reagruparse, disfrutar de una cerveza, un bocadillo y un güisqui, decidimos colectivamente que la jornada no podía acabar sin una excursión a los Gigantes. Las secuoyas del condado de Humboldt se erguían desde el terreno limoso cubierto de helechos, robándole la luz al resto de la vegetación. Al montar por esas estrechas sendas, alineadas con aquellos monstruos, uno se daba cuenta de lo pequeños que somos en realidad.

Día 3

El muro. Algunos se refieren a él en Internet como “El muro de los campeones”, según he podido ver. De acuerdo: cada maldito camino de la Costa Perdida es un muro, pero cuando el camino de Mattole alcanza la línea costera, hay un ascenso que merece ese apodo más que otros. Una pendiente recta de 500 metros y del 20 por ciento te sube más alto que la Isla del Pan de Azúcar; desde allí retrocede hacia la derecha y sigue ascendiendo durante varios kilómetros.

Habíamos atravesado niebla marina y nubes bajas durante días. Aunque la sensación era variable y hermosa, el equipo seguía yendo a la caza de algo de sol! Empezando por el camino del Monte Horse, ascenderíamos el Monte Saddle hasta tomar el camino de Wilder Ridge. Sin embargo, un tramo del camino del Monte del Rey (o King Mountain) demostró ser demasiado duro para la furgoneta de alquiler. Un vado era tan profundo y tenía tan mal peralte que nos vimos obligados a construir un puente improvisado y ayudar a nuestro conductor (Steve, alias el triatleta) con palabras, deseos y empujones. Poco después nos dimos cuenta de que detrás de las promesas de una gran elevación, buenas vistas y rayos de sol, lo que realmente escondía aquel atajo era una ruta panorámica llena de aventuras.

Para acabar la jornada y poner broche de oro a nuestra aventura, dedicamos los últimos momentos de luz natural a disfrutar de la puesta de sol vista desde uno de los últimos tramos de gravilla que todavía quedan de la mítica Highway 1, justo por encima de una de las granjas más hermosas que podrías haber imaginado jamás, con vistas a la línea costera, realmente dura.

La Costa Perdida nos ofrecía todo lo que habíamos ido a buscar, y puede que algo más. Con tres días tuvimos tiempo de sobra para explorar, y la aparente infinitud de los duros caminos de la Costa Perdida demostraron ser un auténtico paraíso para los buscadores de retos, con una memorable escapada sobre dos ruedas.

Próximamente: Ruta John Wayne de los Pioneros

La Squadra Avventura se dirige al Estado de Washington a explorar el enorme tramo de vía férrea abandonada que lo atraviesa, y tratará de conferir una mayor hondura al significado de la palabra “duro”.

La Costa Perdida

Así es como una amable anciana nos describía el terreno de la Costa Perdida cuando nuestro aeroplano se acercaba al pequeño pero acogedor aeródromo de Eureka, en California. Desde entonces, el término duro se ha ido utilizando para describir y definir no sólo esta excursión y este terreno, sino también este equipo. El proyecto era simple: reunir el comando por primera vez y recorrer La Costa Perdida de California.

Uno más eres de los desdichados
que ven todos sus planes anulados:
de ratones y hombres quedan truncados,
los proyectos mejores,
¡y en vez de los éxitos anhelados,
nos quedan sinsabores!

Fragmento del poema de 1785 “A un ratón”, de Robert Burns.

Es cierto: pon 5 tíos —bueno, más bien 4 y 1 vegano— sin mapas ni teléfono móvil en una furgoneta alquilada con 3 bicis, 15 cámaras y 10 kilos de carne, y sabrás que estás a punto de meterte en una maldita Aventura Dura.

Día 1

La escalada comenzó de inmediato, y en cuestión de minutos ya habíamos perdido a un ciclista, al mismo tiempo que ganábamos un rudo fotógrafo para el equipo base. El ascenso del Camino de Mattole—que nos sacaba de Ferndale en dirección a Petrolia—fue caluroso, húmedo y escarpado. El día ya era desolador, y eso que apenas llevábamos pedaleando 25 minutos. Por encima de la cresta de la cumbre disfrutaríamos de nuestro último sorbo de cálidos rayos de sol durante lo que acabaron siendo varios días. Las siguientes horas las pasamos serpenteando a través de la niebla, “derechos arriba” y abajo por el camino de Mattole: parecía un sueño, como ir en bici por un cuento de hadas. Entrando y saliendo de las nubes, topándonos a cada paso con oleadas de flores silvestres llenas de color y plantas comestibles; hasta nosotros llegaba el olor a hinojo silvestre, procedente de los campos.

Día 2

El entorno del recorrido de aquella jornada era casi místico, con árboles cubiertos de musgo y oscuras laderas tapizadas por un manto de helechos. Subir y bajar por la pedregosa senda de Briceland Thorn era como cruzar serpenteando una selva tropical envuelta en nubes. Menos mal que sí que vimos El Planeta de los Simios antes de esta excursión.

El día y la vivencia solo podían ir a mejor… cuando descendíamos hacia los acantilados sobre el mar, el sendero se abría y nos obsequiaba con unas vistas asombrosamente bellas del océano, y con una pradera tomada por una manada de alces… ¡observados por las águilas! ¡En serio! Atravesar montando en fila india por entre los alces, con la vista panorámica del risco de Needle, en el parque estatal de Sinkyone Wilderness, es algo que siempre recordaremos como un momento estelar no sólo de esta aventura, sino de nuestra vida sobre dos ruedas. La confiada majestuosidad de estos hermosos animales quedó patente cuando se quedaron mirando en nuestra dirección, con total serenidad.

Cuando el equipo pudo reagruparse, disfrutar de una cerveza, un bocadillo y un güisqui, decidimos colectivamente que la jornada no podía acabar sin una excursión a los Gigantes. Las secuoyas del condado de Humboldt se erguían desde el terreno limoso cubierto de helechos, robándole la luz al resto de la vegetación. Al montar por esas estrechas sendas, alineadas con aquellos monstruos, uno se daba cuenta de lo pequeños que somos en realidad.

Day 3

El muro. Algunos se refieren a él en Internet como “El muro de los campeones”, según he podido ver. De acuerdo: cada maldito camino de la Costa Perdida es un muro, pero cuando el camino de Mattole alcanza la línea costera, hay un ascenso que merece ese apodo más que otros. Una pendiente recta de 500 metros y del 20 por ciento te sube más alto que la Isla del Pan de Azúcar; desde allí retrocede hacia la derecha y sigue ascendiendo durante varios kilómetros.

Habíamos atravesado niebla marina y nubes bajas durante días. Aunque la sensación era variable y hermosa, el equipo seguía yendo a la caza de algo de sol! Empezando por el camino del Monte Horse, ascenderíamos el Monte Saddle hasta tomar el camino de Wilder Ridge. Sin embargo, un tramo del camino del Monte del Rey (o King Mountain) demostró ser demasiado duro para la furgoneta de alquiler. Un vado era tan profundo y tenía tan mal peralte que nos vimos obligados a construir un puente improvisado y ayudar a nuestro conductor (Steve, alias el triatleta) con palabras, deseos y empujones. Poco después nos dimos cuenta de que detrás de las promesas de una gran elevación, buenas vistas y rayos de sol, lo que realmente escondía aquel atajo era una ruta panorámica llena de aventuras.

Para acabar la jornada y poner broche de oro a nuestra aventura, dedicamos los últimos momentos de luz natural a disfrutar de la puesta de sol vista desde uno de los últimos tramos de gravilla que todavía quedan de la mítica Highway 1, justo por encima de una de las granjas más hermosas que podrías haber imaginado jamás, con vistas a la línea costera, realmente dura.

La Costa Perdida nos ofrecía todo lo que habíamos ido a buscar, y puede que algo más. Con tres días tuvimos tiempo de sobra para explorar, y la aparente infinitud de los duros caminos de la Costa Perdida demostraron ser un auténtico paraíso para los buscadores de retos, con una memorable escapada sobre dos ruedas.

Próximamente: Ruta John Wayne de los Pioneros

La Squadra Avventura se dirige al Estado de Washington a explorar el enorme tramo de vía férrea abandonada que lo atraviesa, y tratará de conferir una mayor hondura al significado de la palabra “duro”.