1 diciembre, 2015

Todo es cuestión de perspectiva

En estos momentos, muchos no somos realmente conscientes del esfuerzo que cada uno de ellos lleva sobre sí, de los kilómetros en las piernas y las horas de sillín.

Todo es cuestión de perspectiva porque cuando uno, desde la comodidad de su salón dormita con el Tour de Francia de fondo, lo que en ese instante es un esfuerzo puntual, es en realidad la punta de un iceberg.

Y es que a lo mejor, un minuto no es tanto tiempo si tenemos en cuenta que hasta llegar a ese punto, el ciclista lleva en sus piernas 25.000 km desde que empezara la pretemporada. O lo que es lo mismo, 60.000 minutos de sillín a una media de 25 km/h. De escalofrío.

No creo que mienta si afirmo que no han sido pocas las veces que me imaginaba a mí mismo como protagonista de aquellas épicas batallas que veía en televisión, admirando a Perico o a Miguel coronar victoriosos y también a los más actuales Contador o Nibali, con los ojos llenos de júbilo y vida.

Me gusta decir y digo, que el ciclismo es de los poquísimos deportes que puedes practicar casi en un 100% en las mismas condiciones que los ciclistas profesionales. Podemos comprar su mismo material (hay una norma que así lo exige), vestirnos como ellos y sobre todo, lo que para mí marca la diferencia, es que siempre que queramos, podemos pedalear cada kilómetro de cualquiera de sus etapas. Cualquiera.

¿Quién queda a jugar un partido con sus amigos en el Camp Nou? ¿O a jugar unas bolas en la pista central de Roland Garros? ¿Y a dar unas vueltitas en el circuito de Mónaco en un F1 como el de Alonso? Nadie.

«El ciclismo, ahora que tan de moda está echar tierra sobre él a modo de trampa y doping, es para mí el claro estandarte del: SI QUIERES, PUEDES. Es cuestión de dedicación, esfuerzo, sacrificio y constancia»

Cuando desde Orbea me propusieron el proyecto de revivir la quinta etapa de la pasada Itzulia (Vuelta al País Vasco), no lo dudé ni un segundo y nada más decir que sí, me sumergí en la hemeroteca para empaparme de lo que fue aquella etapa. Rápidamente, un pensamiento vino a mi mente: ¡entrena, por Dios!

El perfil y recorrido de la etapa que salió de Eibar y terminó en Aia durante la Itzulia 2014 fue rápida y efervescente como pocas, pero bella como ninguna. Como si de un romance de verano se tratara.

Saber quién ganó aquel día es tan fácil como teclearlo en internet y rápidamente vomitará la respuesta: Mikel Landa.

Mikel llegó en solitario y pletórico a una línea de meta muy particular por su naturaleza y su desnivel en los últimos metros, atroz y desgarrador como pocos.

Salimos desde Mallabia dirección Eibar, cuna y centro neurálgico de Orbea. Lo hicimos así como ofrenda a Orbea por su trayectoria, compromiso e implicación para que un deporte como el ciclismo siga siendo y viviendo en el corazón del País Vasco.

Eibar nos recibió engalanada y resacosa de sus fiestas patronales y en esa mañana de domingo las banderas colgaban por doquier; los únicos ciclistas y paseantes éramos nosotros mismos y nuestra sombra.

Quizá siempre con el letal último “muro” de Aia en mente, creo que toda la ruta se nos hizo contenida, como acongojados a sabiendas de lo que nos aguardaba como colofón.

A vista de mapa la ruta es espectacular, y a golpe de pedal, aún más. Amanecer en el interior de Gipuzkoa para dejarnos literalmente caer al mar en Mutriku mientras descendíamos el puerto de Kalbario, es algo difícil de describir con palabras. El puerto se sube fácil por ser el primero y sabernos fuertes, pero la vista una vez coronado y sobre todo, la última parte del descenso es pura maravilla.

Mutriku, es un pueblo pesquero absolutamente bello y que vive recogido en sí mismo, como concentrado en lo que sabe y debe hacer. Vivir por y para la mar.

Ya en la espléndida carretera de la costa nos dejamos llevar hasta Deba para comenzar la subida a Itziar, larga y pestosa aunque llevadera, a sabiendas de que no iba a ser ella la protagonista; las estrellas del día están aún por llegar.

Zumaia y Getaria aparecen pronto ante nosotros marcando un punto de inflexión en la ruta. Una parada para comer algo a pie de puerto nos indica que llega la hora de los puertos de verdad.

Dejando el mar atrás y Getaria a nuestras espaldas, entre las viñas de Txakoli volvemos al runrún y al sudor. Garate es un puerto de los de aupa, que como a alguno lo pille a contrarié lo puede recordar de por vida.

Ya cayendo al interior de nuevo vemos cómo los kilómetros se van notando y la subida a Urraki se atraganta como ninguna. Urraki es uno de esos puertos no muy transitados, pero duro y peleón como él solo. Con un inicio devastador del 12%, un pequeño descanso y un final de traca también, hacen de éste el perfecto terreno de escarnio de los gustosos de la “escalada” en bicicleta.

Llegar a cima es ya una victoria en sí misma y pensar aún en Alkiza y Aia empieza a convertir el sueño en pesadilla.

De no ser porque el descenso al “corazón” de Gipuzkoa es como una postal a cada curva, quizá hubiera dado por finalizada la jornada allí mismo, sintiéndome derrotado por los fantasmas del futurible, el “muro” de Aia ya suena en mi conciencia…

Gracias a que Tolosa nos regala un pequeño descanso, subimos Alkiza con fuerzas renovadas y temple justo. La sombra de sus frondosos árboles nos protegen y refrescan para casi sin darnos cuenta hacernos saber que el final se acerca.

El breve descenso hasta Aia se antoja como una especie de preámbulo de lo que será una de las sensaciones más indescriptibles que uno puede tener sobre su bicicleta.

No sabré decir quién ganó ese día la etapa, ni nadie recordará que yo estuve allí, subiendo victorioso. Aún así, siempre quedará en mi memoria, que al igual que Mikel Landa, puse orgulloso pie a tierra bajo la iglesia de Aia, como si el mundo hubiera conquistado, sabiendo que aquel romance de verano, iba a permanecer conmigo para siempre.